Identidad y Misión
Somos un movimiento eclesial que anima entre sus miembros -laicos, clérigos y consagrados- a vivir la vocación a la santidad y al apostolado que tenemos todos los cristianos.
Queremos colaborar con la misión evangelizadora de la Iglesia, promoviendo la reconciliación traída por el Señor Jesús. Viviendo la piedad filial a Santa María y compartiendo nuestra fe en comunidades, nos proyectamos apostólicamente a todos los ámbitos de la sociedad.
El primer valor, que descubrimos que el Espíritu nos pone al frente, es el “Encuentro con el Señor Jesús y visión sobrenatural”. Expresado en la cita: «Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna» Jn 6,68.
Con este valor, queremos volver a declarar que, lo central para la vida de un emevecista es el encuentro personal con el Señor Jesús, que lo alimenta a través de los medios que la Iglesia nos da: los sacramentos y la oración. Por esto promovemos la oración personal y comunitaria en sus diversas expresiones.
Siendo conscientes que la iniciativa es de Dios, reconocemos que cada uno experimenta esa llamada de una manera muy particular, que Él habla a cada uno según quién es, mostrándole Su rostro, que este encuentro es desde el corazón[1], que es anterior a cualquier método o forma de oración, y que estamos invitados a comunicar este rostro a los demás. Esto es lo que le da el verdadero sentido a nuestras vidas.
Así mismo, declaramos importante tener una visión sobrenatural de la realidad que se da a partir de una visión de fe, que se cultiva en el encuentro personal con Dios y en la profundización de la Sagrada Escritura y el Magisterio.
Para ello es importante aplicar el discernimiento espiritual a las diversas decisiones importantes de la vida y apostolado. Lo que significa que, en nuestras planificaciones, reuniones y apostolado personal, la oración forme parte constitutiva.
Este primer valor es la base para todos los demás valores, dándoles una perspectiva correcta de comprensión. De su vivencia brotará la esperanza cristiana, fruto de la confianza en la gracia y nos ayudará a trazar nuestros objetivos sin prescindir de la voz de Dios, a no ser autorreferentes, activistas, y a abrirnos a la gracia.
El Espíritu de Amor suscita entre nosotros, una experiencia de amistad verdadera en un contexto de auténtica comunión. Esto ha formado parte constitutiva del espíritu familiar de nuestro movimiento; siendo esta experiencia la que lleva a las personas a reconocerse vinculados al MVC.
Por esto declaramos este valor de la amistad y comunión, para renovarlo y vivirlo con intensidad en este tiempo, pues las relaciones comunitarias donde Cristo es el centro nos ayudan a crecer en nuestras relaciones con Dios, con nosotros y con los demás.
Este valor se inspira en la cita: «Éste es mi mandamiento: Que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos…» (Jn 15,12-14).
Resaltamos nuestro deseo de vivir en espíritu de familia y la importancia de promover la cordialidad, amabilidad, apertura y cercanía entre nosotros.
Descubrimos que el Espíritu nos mueve a seguir promoviendo la formación de pequeñas comunidades fe, que consideren la cultura, y las características de las personas que formen parte de ellas.
Así mismo queremos vivir la amistad y comunión en nuestra comunidad más amplia que es todo el MVC y en nuestra familia espiritual —a su vez inserta en la comunidad eclesial toda—.
El amor que buscamos vivir, queremos llevarlo a todos los ámbitos de nuestra misión, concretamente en la solidaridad y el servicio.
Este valor nos ayudará a no ser individualistas, indiferentes, prejuiciosos y utilitaristas con nuestros hermanos.
La Alegría es un fruto del Espíritu Santo. Ésta es como la consecuencia de la vivencia de una vida de fe.
Para este valor nos inspiramos en la Alegría manifestada por nuestra Madre María en el Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» Lc 1,46-47
Hay una serie de experiencias en nuestra comunidad de fe que llenan nuestro corazón de una alegría profunda:
- El encuentro personal con el Señor Jesús.
- La vivencia de la amistad y comunión entre nosotros, en una comunidad de fe (MVC), que responde a nuestros anhelos de ser apóstoles en el mundo.
- La experiencia de anunciar la reconciliación y ver el encuentro de hombres y mujeres con Dios y consigo mismos.
- La experiencia de desplegarnos creativamente según nuestros dones; de donarnos y de ver en el otro la presencia de Dios que se manifiesta desde su propio ser.
- La vivencia del perdón y de ser perdonado, de acoger al necesitado y de ser acogido en nuestras necesidades.
- El salir solidariamente al encuentro del que lo necesita.
Reconocemos que la alegría que nace de esta vida de fe, no aleja de nosotros el sufrimiento, sino que lo llena de sentido, porque creemos y esperamos en las promesas hechas por el Señor de felicidad eterna.
No es una alegría ingenua, ni escapista. Es una alegría que sabe asumir las distintas realidades de la vida con esperanza frente el dolor y las dificultades, sostenida por la gracia del Señor.
La alegría ha sido desde nuestros inicios una característica muy nuestra. Reconocemos que es un don del Espíritu Santo y queremos en esta etapa de renovación pedirla, vivirla y acentuarla con intensidad, para comunicar a todos la “Alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium).
Este valor nos ayudará a vivir la confianza en Dios, a superar el negativismo, la desesperanza y a expresar libremente al Señor, que llevamos en nuestro corazón.
Estrechamente relacionado con la amistad y comunión, el mismo Espíritu nos inspira que nuestra amistad se haga apostolado. De allí que queremos declarar como otro valor “El trabajo apostólico colaborativo”.
Queremos en este valor volver a declarar que nos sentimos llamados al trabajo apostólico en la Iglesia, resaltando un elemento que nos parece particularmente importante: que sea colaborativo.
Queremos generar en el MVC una cultura colaborativa, que comunique nuestro sentido, que es el anuncio del Evangelio no sólo en el apostolado que realizamos sino también en la manera cómo lo realizamos.
Buscamos acentuar la colaboración como un eje que promueva los equipos apostólicos y la riqueza del trabajo comunitario. Haciendo foco en las relaciones, en la toma de decisiones en conjunto, fomentado así las relaciones personales.
Queremos fomentar una cultura que tome en cuenta una planificación apostólica que parta del discernimiento comunitario de lo que Dios pide a cada miembro del equipo y ámbito que se quiere evangelizar, teniendo en cuenta la realidad de ambos.
Una cultura donde el apostolado comunitario es central, pues, se valora, impulsa e integra el aporte de cada uno. Donde la escucha, el diálogo y la apertura forman parte de la toma de decisiones y donde los errores personales y comunitarios, reconocidos, se entienden como camino pedagógico para el crecimiento de todos.
Además, entendemos que la misma comunidad es apostólica en sí misma, lo que va en la línea de evangelizar por atracción, como nos decía Benedicto XVI[2] y nos pide el Papa Francisco[3].
Este valor nos ayudará a superar algunos vicios como el individualismo, el buscar solo los resultados y el autoritarismo, entre otros.
Reconocemos la importancia de renovarnos ante los cambios culturales, pues, nuestra acción pastoral tiene que estar en sintonía con el tiempo, los lugares y las circunstancias donde se desarrolla. Por esto declaramos la audacia y la creatividad apostólica, como un valor a vivir en estos tiempos.
Ambas provienen del Espíritu Santo y es necesario, en la línea de la Evangelii Gaudium y de nuestra última AP[4] renovar nuestro apostolado y misión Audacia y creatividad en el apostolado es de las cosas que más nos pide el Papa Francisco[5].
Reconocemos que nacimos, como otros movimientos, bajo una fuerte ola del Espíritu Santo[6] y que hemos experimentado un fuerte anhelo por evangelizar y buscar ser instrumentos de Dios para que la fe llegará a lugares y ámbitos donde no había llegado. Él es quien ha inspirado en nuestra historia el que hayamos sido creativos, entusiastas, innovadores, de vanguardia.
El crecimiento rápido llevó a la necesidad de formalizar muchas cosas, lo que quizás llevó a una cierta pérdida del espíritu innovador. Por esto hoy consideramos importante promover la participación de todos los emevecistas, reconociendo en cada uno la experiencia viva del carisma que el Espíritu Santo anima en nuestros corazones. Así al propiciar la audacia y creatividad apostólica queremos también propiciar la libertad personal de cada uno.
Es importante no tener miedo a salirse del cómo se hacían las cosas antes[7], ni estar inseguros ante el arriesgarse en nuevas iniciativas o formas de pastoral. La audacia nos debe llevar a buscar evangelizar los distintos ámbitos de la sociedad: arte, trabajo, deporte, entre otros.
El apostolado lo entendemos como una entrega al otro, como un acto de amor con la otra persona. De ahí que exige escuchar a las personas y entender sus intereses en la vida cristiana. Además exige una escucha atenta y diálogo con la realidad, mucha flexibilidad, diálogo con la cultura. No busquemos encasillar las experiencias, sino canalizar las iniciativas de todos, promoviendo la libertad de iniciativas.
Para desplegar estos valores en nuestro apostolado, hay que atreverse, sostenidos por la gracia y guiados por Santa María, a innovar. Todo esto reconociendo que los frutos no son nuestros sino del Señor. Este valor nos ayuda a no cerrarnos a donde el Espíritu nos quiera llevar, evitando “hacer las cosas porque siempre se han hecho así”, buscando solo cifras, no arriesgándonos, quedándonos en nuestras seguridades, y a no estar dispuestos a que Dios nos “cambie los planes”.
[1] Queremos aquí señalar el concepto bíblico de “corazón”.[2] Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Inauguración de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, 13 de mayo de 2007.[3] Ver Evangelii Gaudium, 14.[4] Ver IV Asamblea Plenaria del MVC, Documento Final, 68.[5] Ver Evangelii Gaudium, 11-13.[6] Ver conferencia del entonces Card. Joseph Ratzinger en el Congreso de Movimientos Eclesiales en el año 1998: Los movimientos eclesiales y su colocación teológica.
[7] Ver Evangelii Gaudium, 33.